Máximo Felipe Mamani, novelista de Humahuaca, escritor de su pueblo

Por Melina Sanchez para ANCAP 

Balbino  Roble, curandero y soñador es la nueva novela de este autor humahuaqueño, que recrea la historia de personajes locales, un curandero y un mochilero, un contador de historias y un escritor, que se encuentran, como suelen hacer muchos collas y porteños, en la Quebrada.

Máximo Mamani es profesor de literatura en Abra Pampa, oriundo de Humahuaca, se traslada desde allí cotidianamente a la escuela de la Puna. Cuando terminó el secundario viajó a Buenos Aires, donde estuvo alrededor de un año pero no se halló. A su regreso estudió el profesorado. Músico en los ratos libres. Hijo de un minero del Aguilar. Además de todo, es escritor. La Quebrada tiene una fuerte historia literaria. Las historias orales son muy importantes en la cultura regional, y también están las historias que llevan la firma de los reconocidos y ya clásicos escritores de Humahuaca, un Fortunato Ramos por caso, también músico, además de maestro y escritor.

Entre esa diversidad de historias, están por un lado las que se cuentan en relación con “los seres sobrenaturales” como les llama Mamani, sobre la relación de la gente del lugar con la naturaleza, con lo intemporal, con lo atávico, con la supervivencia; y están las historias que tienen relación con la participación de los habitantes de la Puna y Quebrada, por ejemplo, en las gestas heroicas de la Independencia, que son historias esas, también muchas veces orales, porque persisten en la memoria de mucha gente y de muchas generaciones y tienen a su vez sus versiones particulares pero hablan de una historia conjunta y su trascendencia se puede observar además en los libros de historia.

Por otro lado, aparecen también los relatos inmersos en la historia nacional más inmediata que protagonizan los habitantes milenarios de esos lugares. Entonces ingresan en la escena, las familias de Mina El Aguilar y allí se reactualiza la historia de los cuentos y novelas de Mamani, cuyo arduo oficio ha sido el de darle vida a los personajes de la Quebrada y de la Puna, en distintos momentos históricos de la misma región, poniendo en diálogo el pasado y el presente, en una suerte de ida y vuelta entre el autor, su actualidad, y sus ancestros.

Máximo Mamani tiene en su haber cuatro libros, los dos primeros de cuentos: Ánimas del Abra de Zenta de 2014, Arrieros del Hornocal de 2016; los últimos dos, novelas: ¡Adiós, Elutito, Adiós¡ de 2021, y el último y reciente: Balbino Roble, curandero y soñador de 2023; todos publicados por la misma casa editorial, Apóstrofe ediciones, también de Jujuy. Esta última novela trata sobre “…un mochilero de Buenos Aires amante de la literatura, Facundo Del Monte, que va de viaje a Humahuaca en busca de inspiración para escribir relatos fantásticos, pero contrae una enfermedad que lo lleva a visitar a Balbino Roble, quien utiliza sus artes para curarlo. A partir de este hecho, nace una gran amistad entre los hombres. Del Monte cambia su forma de percibir el mundo y acompaña a su sanador a vivir historias relacionadas con la usurpación, el engaño, las despedidas, lo sobrenatural…” 

La novela ya se encuentra a la venta en todas las librerías de San Salvador de Jujuy y en la Quebrada. En breve, se vienen distintas presentaciones, en Humahuaca, en Abra Pampa y una de las que ya está confirmada en la próxima Feria del Libro de Jujuy. Los libros de Máximo además son un despliegue de belleza en cuanto a la imagen se refiere, en sus páginas se encuentra la intervención de distintos dibujantes, artistas plásticos, fotógrafos, de la región. Luis René Ramos, artista plástico humahuaqueño fue quien ilustró el primer libro de cuentos, Ánimas del Abra de Zenta. Los profesores Julio Eduardo Pérez e Isidro Gerardo Paredes, tuvieron a cargo las ilustraciones de tapa, interiores y contratapa de Arrieros del Hornocal. Sergio Daniel González y Cristian Luque, de Chachacoma Estudios fueron los encargados de las fotografías que acompañan la novela ¡Adiós, Elutito, adiós¡ En esta ocasión el ilustrador de Balbino Roble, es el dibujante Gabriel Jesús Días, y la prologuista es Angélica Isabel Villena.

 

La literatura como una forma de recuperación de la memoria, de las memorias, de la familiar, de la comunitaria, de la ancestral, como un modo de la denuncia, y como una manera de seguir adelante, a pesar de todo. Quizás estas largas jornadas de lucha en Jujuy y en la Quebrada –el patrimonio inmaterial- sean luego la trama de otros textos. A quienes estén viajando, paseando o luchando por Jujuy en estos días, les invitamos a encontrarse con estas lecturas.

 

Compartimos a continuación dos textos del autor, que pertenecen a su libro de cuentos Arrieros del Hornocal (2016): “Las campanas tañen tristes” y “La razón de mi desdicha”, junto con ilustraciones del artista Julio Pérez:

 

“LAS CAMPANAS TAÑEN TRISTES.”

Máximo Felipe Mamani, del libro Arrieros del Hornocal.

 

Llegué hace poco al lugar, y ya sé de los peligros que acechan a los que aquí vivimos. Todos los días hay tensión. Al menos eso me pasa a mí, y seguramente a muchos chicos hijos de mineros como yo. Hoy acabo de salir de la escuela y no es diferente.

El campamento minero se ve triste, las ambulancias lloran estridentes en mis oídos. Hay miedo en los ojos de todos. Mi mamá, desorientada por lo que está sucediendo, busca respuestas en los míos, desesperados. Papá entró a trabajar al socavón con muchos otros papás.

-¡Un accidente, un accidente fatal¡- escucho gritar.

Al instante el aviso que nadie quiere escuchar llega corroborando la desgracia; las campanas de la iglesia tañen tristes: algún minero murió en el accidente que acaba de ocurrir. ¿Pero, quién?

La noticia siniestra estremece mi cuerpo. No hay respuestas en las calles. Los murmullos ensombrecen la vida de todos aquellos que tienen un ser querido “metido” dentro de la mina, y ésta acaba de tragarse a alguno de ellos. ¿Pero, quién?

Me encamino a mi dormitorio y me acurruco debajo de una pequeña mesa; espero no recibir la fatal noticia. Mamá quedó paradita en la ventana con la mirada perdida en la desazón. Esperamos indefensos, desnudos. Mis hermanitas, con la inocencia propia de sus edades, juegan sin presentir nada. Por mi cabeza pasan muchas imágenes dolorosas: mi mejor amigo que hace unos meses se fue del lugar porque su papá se murió aplastado por un “tojo”; un vecino al que se lo llevaron a capital para cortarle una pierna porque ésta estaba totalmente destrozada por una  pesada máquina que le había caído encima; otro que… ¿Y si le pasó algo a papá, qué sería de nosotros?, ¿qué haríamos?, ¿adónde iríamos? ¡Qué dolor¡

La espera se hace dura, ya no aguanto más. Pienso en levantarme y pedirle a mi madre que salgamos a averiguar. Ella, seguramente, sigue parada en la ventana esperando. Y el momento cruel, de repente, es interrumpido por su llanto que escucho doloroso y es, para mi corto existir, un grito desgarrador que me destroza. Siento que la puerta se abre, mis lágrimas silenciosas brotan a borbotones. Luego, luego un silencio atroz invade el momento y en el instante más aterrador que me toca vivir, escucho una inmensa voz tranquilizadora:

-Calma, flaquita, calma. Por favor, ya no llores más. A mí no me pasó nada.

-¡Papi, papi, ya volviste del trabajo¡-escucho el grito alegre de mis hermanitas inocentes, seguro, colgándose del mameluco lleno de grasa de mi papá.

“LA RAZÓN DE MI DESDICHA.”

Máximo Felipe Mamani, del libro Arrieros del Hornocal.

La Veta Mina del Aguilar fue cara y seca para mí. Allí viví alegremente mi niñez rodeado de lo que ahora son los más íntimos recuerdos, y viví también mi primer gran dolor.

Cuando recuerdo la Veta me emociono hasta las lágrimas. Sus casitas todas iguales, formando largas hileras, como si estuvieran abrazadas unas a otras, apiladas armoniosamente en las laderas de las montañas. El Canedo, el Valle Feliz, El Chancho, y La Sala, eran una suerte de barrios. La escuelita, ¡qué linda la escuelita ¡, estaba metida entre los cerros más altos, acompañada por el furioso viento y la nieve que siempre aparecía convertida en grandes muñecos que embellecían las frías montañas de las serranías de El Aguilar. Mis amigos, esos sí que eran traviesos: los “Batarazos”, el “Pococho”, el “Rey de los mocos”…todos de mi edad. ¡La pucha, qué lindos recuerdos¡ Pero sólo recuerdos, la Veta ya no existe más. Se la llevó el tiempo, el progreso, el poder… no sé, pero yo me quedé sin parte de mi niñez.

Por aquel tiempo, año 1976, el clima político-social del país no era bueno, y la Veta no era la excepción. Desde mi inocencia observaba el miedo en la población. Se empezó a decir que se debía respetar a la autoridad, que no eran otros que los policías, la parte armada en el lugar; se debía acatar sin reparos las órdenes del superior; no había lugar para la protesta a pesar de las injusticias; la idea de la subversión estaba a flor de piel… A pesar de todo, nuestras vidas intentaban ser normales, simples y cotidianas.

En la escuela el maestro Sanachi, un hombre gigante de pésimo humor que se paseaba por el aula con una cuerda que usaba como látigo para castigar a quien no entendiera sus explicaciones o se portara mal, pidió, con voz de militar amargado, algunos libros: “Platero y yo”, “Brunita” y alguno más que no recuerdo el nombre. El miedo a no tenerlos en el plazo que dio el docente hizo que le rogara a mi papá para que los fuera a comprar lo más antes posible. Pensar en fotocopiarlos era imposible, la fotocopiadora todavía no era popular en aquellos tiempos, y la única forma de conseguir la bibliografía era viajando a la capital provincial.

Ese fin de semana salí junto a mi padre rumbo a San Salvador de Jujuy. Al medio día ya tenía los libros. De regreso a la Veta pasamos por la casa de mi abuelo que vivía en Humahuaca.

-En la casa de tu abuelo hay una caja llena de libros –me dijo mi papá sin saber que esa caja era el principio de nuestras desgracias-. Hace mucho unos gringos la dejaron ahí. Están nuevitos esos libros, ¡changuitó¡ 

Entusiasmado abrí la caja. Libros y más libros, letras y más letras. Colores fríos, ni un solo dibujo. Desilusión.

-Llévate los que quieras hijito –me animó mi abuelo-. A vos capaz que te sirvan. Además, ya se los están comiendo las polillas.

La caja iba quedando vacía, hasta que en el fondo, bien al fondo, apareció un libro que me atrajo: tapas duras, algo de color, el dibujo del rostro de una mujer angelical con el pelo recogido, y el título: “La razón de mi vida.” “La razón de mi vida”, esa frase me cautivó, tenía algo especial, y la figura femenina ejercía una atracción rara hacia mí. Lo puse debajo de uno de mis brazos y me encaminé hacia el bolso donde esperaban “Platero y yo”, “Brunita” y el otro libro cuyo nombre no me acuerdo.

_Listo abuelo, éste me llevo. De adorno quedará muy bien –dije en tono de broma.

Cuando llegué a casa, puse al libro, que leí mucho tiempo después, en un aparador, detrás de un vidrio transparente. Se veía muy bien en ese lugar, ahí se quedó mudo, inocente.

Un sábado a la noche esperábamos a papá muy ansiosos ya que teníamos todo preparado para celebrar el cumpleaños de una de mis hermanas, pero él nunca llegó. Nos cansamos de esperar, la cena se enfrió, y desilusionados, nos fuimos a dormir sin el festejo. Mamá, por la preocupación y los nervios, no durmió. Apenas aclaró, me hizo levantar y, como sonámbulos, salimos en busca de papá. Fuimos a la oficina de la empresa, a la policía, a los clubes donde existían una especie de bares, a las casas de algunos amigos… no lo encontramos. Nadie sabía nada.

Pasamos dos días sin saber qué hacer. La noche del tercero papá abrió la puerta. Tenía el rostro desfigurado y caminaba dificultosamente. Al verlo, todos nos pusimos a llorar: de tristeza porque estaba destrozado y de alegría porque volvió. Era un sentimiento contrariado de satisfacción y dolor. Luego de calmarnos, él contó que unos policías lo habían detenido, que lo habían golpeado intentando que responda a preguntas sobre temas que él no tenía idea, y que cansados de resultados nulos lo liberaron previa feroz amenaza para que no hable sobre los sucesos pasados. El miedo se reflejó en todos nosotros. Nos prometimos no tocar el asunto con nadie.

Los días pasaron curando superficialmente las heridas, papá volvió a trabajar y nosotros a una tranquilidad entre comillas. La gente murmuraba y predecía hechos dolorosos en nuestra Veta, pero yo me sentía tranquilo, mi padre no andaba en nada raro, por eso la vez pasada lo dejaron libre, y lo principal para no estar en peligro: no era sindicalista.

Y los murmullos se hicieron realidad, muchos hombres integrantes del sindicato minero, principalmente los cabecillas de revueltas de años pasados, fueron desapareciendo uno a uno. Algunos regresaron, otros no. Por suerte papá no era sindicalista.

Luego de las dolorosas desapariciones, vimos extrañados una tarde la llegada de muchos camiones militares llenos de milicos. Bajaron y empezaron a revisar casa por casa sin respetar la intimidad de nadie. Nosotros no teníamos nada que ocultar, así que los esperamos tranquilos. Llegaron y los recibimos con amabilidad. Mamá hasta les invitó un té con bollitos caseros recién horneados que devoraron con gran rapidez. Y empezó la requisa. Nada. Nada. Nada. Hasta que uno de ellos se frenó bruscamente frente al aparador con cara contrariada y de inmediato llamó al que parecía ser el superior. De un culatazo, absolutamente innecesario, hicieron explotar en mil pedazos el vidrio y sacaron el libro que habían dejado unos gringos en la casa de mi abuelo hace algún tiempo, y que yo todavía no había leído. Luego, los hombres que en un principio me parecieron algo amigables y simpáticos, se fueron sin decir palabra llevándose el libro como prueba de algún crimen que nosotros no cometimos.

Mamá, muy asustada, limpió y ordenó el desastre, dejó todo como si nada hubiese pasado. Solo faltaba el libro, y el vidrio. Luego, nos miramos sin saber cuál era el delito cometido; no teníamos la respuesta.

A las pocas horas llegó papá del trabajo y, luego de una ducha caliente, se fue a descansar. No le dijimos nada de lo ocurrido horas atrás. La noche fue larga e inquieta para quienes vivimos los hechos extraños del día anterior; papá durmió tranquilo.

Consumida la noche y con la llegada del nuevo día, como todas las jornadas, mi padre salió a trabajar. Nadie sabía que su regreso no se produciría, y no se produjo: no regresó más. Aún hoy lo seguimos esperando, aún hoy esperamos respuestas a tan salvaje accionar. Aunque hoy sé, tristemente, porqué se lo llevaron.

 

Obra publicada: 

Ánimas del Abra de Zenta. (2014) Apóstrofe ediciones.

Arrieros del Hornocal. (2016) Apóstrofe ediciones.

¡Adiós, Elutito, adiós¡ (2021) Apóstrofe ediciones.

Balbino Roble, curandero y soñador. (2023) Apóstrofe ediciones.

 

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