No pude evitar oír su conversación.

Selección de Historias Inconclusas, porque me tenía que bajar.
Por Nedima
• «Al que le gusta mucho Julieta y el otro.»
-…pero, por qué te digo «que me hace acordar»..!
Porque una vuelta que estabamo’ en lo de Ricardo, también, escuchamos un estruendo…
-Una esploción.
-«Una esploción», claro-confirmó, desde el asiento de la ventanilla, el de remera de independiente, con el pelo enrulado que le caía por la espalda, atado con una colita- Salimo’ pa’fuera, pa ve…-fue interrumpido súbitamente por el otro, de gorra y más morocho, con actitud irónica.
-Y sí, porque salir pa’dentro es complicao…
-Es complicado, sí, es complicado…-ambos rieron un poco.
El de remera de independiente de rulos giró su cabeza para relojear brevemente el barrio, que se sucedía, con sus infinitos detalles indistinguibles por la velocidad, como una película frenética; como el fondo de un dibujo animado viejo, también puede ser. Una leve brillosidad alumbró su perfil durante ese momento, más luego, volviendo a darme su nuca, siguió:
-Bueno pero, pelotudo, pará que te cuento…
-Dale, vo mandale-contestó el de gorra, gastando un poquito más aún al de rulos.
-Boe, cuestión; corte que se escuchó un ruido bárbaro y salimos pa ver si habían prendido fuego un coche o algo, viste.
Tabamo’ en eso, diciendolés a las chica’ que se quedaran atrá’, por las duda, con el Oscar y Juancito…
-Ah, ¿Estaban las chicas?
-Sí, estaban Claudia y Julieta, que se quedaron a comer. Taba linda «Julita»…no le dije nada, obvio, pero estaba fuerte,
che…
-Siempre el mismo cagón vo…
-Bueno che… qué le voy a hacé…
Bue, no importa; salimo’ y estaba todo el barrio afuera, también, como cuando se corta la lú. Preguntamo… nadie sabía
nada. En una apareció el hijo de Susana, que parece que venía por la avenida con la bici, diciendo que había visto como
un destello, como un rayo o una cosa parecida.
-Un rayo…
-Sí, algo como un rayo, como una luz o un coso d’eso. Boa, no supimo’ más nada y volvimo’ pa’dentro a seguir
chupando.
-Y sí-dijo, en actitud de cómplice, el más morocho y con gorra.
-Y sí-contestó con la misma complicidad, en un intercambio amistoso de miradas, el de rulos y de independiente al de gorra. Este se tambaleó, sentado en el lado del pasillo, al unísono que lo hizo el colectivo, repleto de gente.
El Bondi chifló al frenar. Cuando arrancó de nuevo, pegamos todos un salto debido a un bache que se comió de lleno el chofer.
Se escucharon algunas puteadas.
-Cómo maneja este hijo de puta-dijo el de remera de independiente, luego de darle un trago a una cerveza que compartían entre los dos.
-Bueno, entraron a escabiar, ¿y depué?-contestó el otro con, pareciera, más interés que al principio.
-Ah sí, coso…
Recién al otro día… Ya a las chicas las había pasado a buscar Osvaldo y todo. Ah, cuchate esta: cuando se subió al remí, Julieta, se resbaló. Taba un poco mariada, pobre. Se resbaló y yo justito justito, la atajé de la cintura. Meno’ mal porque si no se iba a dar la ñata contra el suelo, pobrecita.
Una cinturita tiene, hermano… Na, no sabé’ lo qués eso…
-Bueno; y con el ruido qué, loco.
-Aguantá, boludo….-Hubo una brevísima pausa que no llegó a ser incómoda. En ella, el de independiente miró un instante, por su ventanilla, hacia el exterior que pasaba no tan vertiginosamente y, volviendo la mirada hacia su interlocutor, le hizo un rápido gesto con la cabeza, indicándole que pronto habrían de bajarse.
-A eso de la una y veinte, una y media a lo sumo,-siguió el de rulos- Oscar había ido a comprar unas boludece’ que no se qué eran…
-Ah, pará.
-¿Qué?
-¿Te dio la plata Oscar?-preguntó, interrumpiéndolo nuevamente al de independiente, para mi propio fastidio, el de gorra, en el asiento que daba al pasillo.
-Sí, sí, ya me la dió, ya me la dió. Hace como una semana y pico me la dió…-contestó, como queriendo acentuar que el tal Oscar había hecho las cosas como corresponde, mientras se levantaba con dificultad del asiento, el de la remera del rojo, siguiendo a su amigo de gorra y un poco más morocho.
-Ah, bárbaro entonces. Listo, listo.
-Si, por eso despreocupate que ya está solucionado, vieja.
La botella de cerveza fue llevada en alto, casi como un trofeo, por el apretado laberinto de cuerpos chivados, mochilas y cabezas. Cabezas con caras; muy cerca. Muy, muy cerca. No pude adueñarme de ninguno de los asientos. Ambos fueron ocupados por dos señoras mayores.
El pedazo de conversación, trágicamente inconexo, aislado, como el cacho de una página de un diario viejo, fue de lo único que
pude apropiarme. Conversación de la que, igualmente, y a mi pesar, seguían siendo dueños esos dos amigos.
Pude ver como las voces de estos dos pibes se unían lentamente a la monótona melodía de la marcha del colectivo
en la media tarde.

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