SI NO HAY ARQUEROS PARA TODOS, NO HABRÁ PARA NADIE

Se cumplen 48 años del asesinato del Che en La Higuera. Aquí lo recordaremos a nuestra manera. Por Juan Meza

Principio de los años 50, lugar del mundo: Perú, más precisamente Leprosario de San Pablo. El juego del siglo ha comenzado y nadie se lo quiere perder.

En la isla de San Pablo en el amazonas peruano se llevan a cabo prácticas médicas para sanar las malformaciones y dolencias de los leprosos, enfermedad de moda para la época. Los días domingos por la mañana son obligados a ir a misa para que Dios les compadezca. Por lfuser_rugbia tarde los minutos corren libres en su inmensa soledad. Típico acto descontracturante será un partido de fútbol antes de la caída del sol. Un día habían decidido sumarse al juego los dos doctores que se encontraban allí; argentinos ellos: Mial y Fuser- Fuser y Mial. Allí estaban, ayudando, sensibilizándose con la causa, colaborando dentro de las inmensas profundidades del Amazonas.

Mial era el delantero estrella del equipo que atacaba para el lado este. Fuser el arquero invencible del equipo con mirada al oeste. Estaba por comenzar el duelo. Toda la fauna fue espectadora de lujo de dicho encuentro, que no salió en los diarios ni revistas deportivas destacadas del Perú, pero sí quedo en la memoria de todos como el juego del siglo.

La pelota comenzó a rodar al poco tiempo que los equipos estaban alistados y las piedras, que hacían de arco, quedaban tiesas cumpliendo su función. El equipo de Mial avanzaba pero sin llegar a la meta de Fuser: arquero de lo más temible en sus tierras. El equipo de Fuser contaba con menos calidad futbolística pero con una organización tremenda. La defensa era sólida, no permitía que ningún contrincante se acerque a su valla.

En una jugada a lo Di Stefano, Mial logró eludir dos defensores y quedar cara a cara contra Fuser. Fueron 3 segundos letales donde el viento no sopló, los pájaros en vuelo dejaron de mover sus alas y el agua del rio dejó su correntada de lado para observar lo que acontecía. Mial mira de manera penetrante a Fuser y tiene entre ceja y ceja los tres palos, en este caso, las dos piedras. Fuser prepara sus manos para atrapar el remate. Mial se encorva (como hacia Labruna) y saca el disparo más fuerte que tenía guardado en sus zapatos. Fuser se arroja hacia su derecha, lado para donde se dirigía el balón, sabía que esa era su parada, que iba a ser su gloria o su muerte. La pelota corre, sigue corriendo en su trayecto y no deja de hacerlo, como la bala que ya no hace más caso a su che3dueño cuando sale disparada. El estadio quedo mudo. Nadie emitió sonido. Ni respiraciones se escuchaban. El silencio fue atroz hasta que Mial se da cuenta que Fuser no llegaría a tapar su remate y sale corriendo hacia el córner a meter un grito desgarrador de ¡GOL! Y así fue nomas, gol de Mial. Fuser quedó desparramado por el suelo lamentando no haber llegado a tapar el remate. Frustración sentía. La misma que sentía de pequeño cuando su madre Celia no le permitía salir a jugar por sus reiterados ataques de asma. El resto del partido es una historia que trataremos en otro momento.

Mial y Fuser siguieron camino. Ese camino que habían iniciado en Buenos Aires y que tenían como destino Venezuela, andando los caminos de la mayúscula América.

Mial fue un bioquímico reconocido en Venezuela. Fuser, bueno, su historia es algo ya conocida.

De haber tapado el tiro de su amigo, Fuser, quién más tarde fuera conocido como el Che, quizá se hubiese convertido en un portero estrella y el continente su hubiese perdido al símbolo del revolucionario, “el eslabón más alto en la especie humana”. Pero a él en su camino por las Américas lo movilizó el amor, como sólo a los buenos revolucionarios les suele pasar. Desde aquí le damos las gracias a la vida por no haberlo dotado con habilidades futbolísticas. Y le damos gracias a su vida por habernos dejado un hermoso e inmenso legado de lucha pero sin perder jamás la ternura.

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