Por Juan Alberto Pérez
Se realizó la marcha a Plaza de Mayo de las centrales sindicales en conjunto con organizaciones sociales de base. Hubo una tibia respuesta al plan de ajuste y avance sobre derechos que encara el gobierno. Una marcha descoordinada en donde algunos llegaron cuando la “fiesta” terminó. Y una promesa de paro tan firme como la promesa de borracho en navidad.
Ha pasado casi un mes desde el llamado a movilizarse por parte de la Confederación General del Trabajo (CGT) a fines de julio pasado. Un mes en que ni el clima ni las políticas del gobierno han cesado un centímetro de su postura. Sin embargo, el tiempo que transcurrió es demasiado y logró licuar un poco los climas en dónde se dio aquel llamamiento. En el medio de este mes hay que recordar que, en los albores del pronunciamiento de esta marcha se dio la represión y desalojo de los trabajadores de Pepsico de la planta de Florida, además un sin fin de manifestaciones de estos trabajadores como la carpa que plantaron frente al Congreso; luego se dio la represión a las comunidades mapuches en Lof Cushamen, la desaparición forzada de Santiago Maldonado, más despidos, ajustes, flexibilización laboral, aumento en los precios de la canasta básica, caída del poder adquisitivo de la clase trabajadora, amagues del gobierno con copiar la flamante ley explotadora laboral brasileña, y por si esto fuera poco, una elección que, a pesar de las trapisondas en el conteo de votos, no dejó tan mal parado al gobierno. Por eso, la eterna espera para que llegue este 22 de agosto, día en el que se conmemora la masacre de Trelew y el renunciamiento histórico de Eva Duarte, generó expectativas poco cumplidas que dejan un raro sabor de boca al pueblo trabajador.
Es justo empezar esta crónica desde el inicio. La convocatoria a la marcha de trabajadores que avanzaría hasta la Plaza de Mayo, donde se ubicó el escenario, marcaba que a las 15 horas sería el acto central. Por este motivo desde muy temprano las calles de la Ciudad de Buenos Aires se fue llenando de micros, banderas, bombos y pirotecnia que servía a los movilizados para atemperar el frío de la ciudad.
En horas de la mañana los trabajadores despedidos de la empresa alimenticia Pepsico se apostaron en el regazo del Obelisco para desde allí iniciar el periplo hasta la plaza. Sin embargo, se encontraron con un fuerte operativo policial que impedía el corte de la avenida 9 de Julio, y además, se encontraba fuertemente armado con escopetas de grueso calibre. A pesar de esto, se abrieron camino y dirigieron su columna hasta las inmediaciones de la plaza para esperar el acto.
Cerca de las 14 horas la Avenida de Mayo empezó a convertirse en la arteria principal para acceder a la plaza. Se abastecía desde las calles aledañas que aportaban tumulto a la marcha. Si bien esta movilización no contó con la masividad de otras citas de la CGT, como las del 1 de mayo de 2016 o la del 7 de marzo de 2017, el número era bastante positivo.
Antes de que el reloj marque las tres de la tarde el esenario estaba listo, los dirigentes parados en fila y todo parecía indicar que estaba por arrancar. La principal característica de esta movilización se dio por la unidad en el reclamo de la central obrera de la calle Azopardo en conjunto con CTA y organizaciones sociales de base como CTEP, CCC y Barrios de Pie. Asímismo, hubo una participación de gremios más combativos y de izquierda que, a pesar de no coincidir con la burocracia cegetista, no quisieron perder la oportunidad de manifestar su postura.
Cuando el secretario general del gremio moyanista de dragado y balizamiento y miembro del triunvirato que conduce la CGT, Juan Carlos Schmitd, avanzó hacia el atril preparado para el discurso las agujas del reloj recién tocaban las 15 horas, la plaza no estaba desbordante y las columnas de CTA recién empezaban a movilizarse hasta la Plaza de Mayo.
Cuando Schmitd comenzó con su discurso ya habían quedado atrás los enfrentamientos entre dos columnas de camioneros donde volaron botellas, piedras, maderas y hasta las cruces que homenajean a los caídos en Malvinas. Sin embargo, todavía había muchos micros que viajaron desde el interior ingresando a la 9 de julio. Señal de que la coordinación entre la convocatoria y el acto no fue muy buena.
En su discurso, Schmitd, que fue el único orador, hizo un balance negativo de la gestión del gobierno, marcó que la demanda es de salario digno para los trabajadores, habló sobre la necesidad de impulsar la industria nacional en lugar de la importación, remarcó la obligación de la generación de empleo digno y registrado, la aplicación de la ley de emergencia social, se adhirió al pedido de aparición con vida de Santiago Maldonado, exigió un aumento de emergencia a los jubilados; y añadió que “Estamos frente a un Estado ausente que hace rato se olvidó de proteger al hombre que se levanta a la madrugada y va a construir la grandeza de nuestra nación”. En el cierre de la a locución, que duró menos de diez minutos, anunció un llamado a un comité confederal para el 25 de septiembre para definir un futuro plan de lucha y la posibilidad de un paro nacional. Para este momento las columnas de CTA no habían tocado la vereda del Cabildo.
Luego del discurso se dio por terminado el acto, no sin antes entonar las estrofas de la marcha peronista, a pesar de que no todos los concurrentes profesan esa ideología. La desconcentración empezó a darse de forma pacífica aunque en el semblante de la multitud que movilizó había cierta incertidumbre.
El balance de la jornada no fue del todo positivo. En primer término, esta marcha queda vieja en una actualidad diaria que ameritaba una expresión mucho antes de las organizaciones obreras. Por otro lado, una movilización que se planteó de unidad no lo certificó a la vista. El triunvirato de la CGT se mostró partido, los dirigentes mas cercanos a Moyano estaban en el escenario y Daer estaba junto a su columna abajo. La CTA llegó tarde a la cita, no se sabe si por falta de coordinación o intencionalmente. Las organizaciones sociales si bien pudieron colar algunos conceptos en el documento que leyó Schmitd, al no poner un orador se vio licuada su participación. Y además, el apuro por terminar el acto hace pensar que no se quiso esperar que se llene la plaza, vaya a saber uno por que.
En definitiva este acto que deja en stand by hasta la confederada de septiembre deja un sinsabor y es aprovechado por el gobierno que mediante su ministro de trabajo, Jorge Triaca, salió a replicar que se trato de un acto político de tinte electoral de fondo. Y a su vez manifestó que la movilización “perdió sentido” y se escudo en los poco creíbles números del Indec que hablan sobre el crecimiento del empleo. Y mientras tanto el pueblo trabajador se queda con una incógnita atravesada en la garganta: Y el paro ¿Dónde está?.
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