Por Juan Alberto Pérez
La escena es dantesca. Una periodista va a cubrir al lugar del crimen de un policía en el barrio de Entre Vías, en la localidad de Avellaneda. Está haciendo el copete de la nota y de a poco van apareciendo cinco o seis pibes de no más de 15 años de edad por atrás. “Aparecieron muchos chicos ¿No hay policías, no hay seguridad en el lugar?” le pregunta la conductora del espacio informativo de Crónica, Natalia Vacarezza a Camila Barral, la cronista, quién con la cabeza y cara de asustada por ¡Pibes de 10 años!, le dice que no. “Sé cuidadosa Cami” dice Mauro Federico, conductor del informativo, mientras los chicos simplemente saludan o hacen ademanes típicos de cualquier nene de su edad frente a una cámara de tv. “¡Caminá hacia la avenida Roca!” le grita Federico “Es importante que la Policía se percate que estamos trabajando” agrega el pedido de rescate contra pibes de 10 años. La imagen se corta, se muestra un mapa de la inseguridad en la zona y a piso, donde los conductores continúan debatiendo sobre la muerte del policía. Luego se ve un video sin audio, con un pibe con un arma en la mano. Y las placas rojas que decían “Con esto lo quemé” intentando dar la impresión que el asesino del policía era ese pibe de no más de 10 años, como si un policía entrenado pueda verse superado por un chico que por poco puede apretar el gatillo de un arma de fuego.
Quién escribe esta nota tiene la fortuna de haber nacido, crecer y aún vivir a escasas veredas del lugar de los hechos. Insisto con identificar a la esquina de Ricardo Gutiérrez y French como el barrio de Entre Vías no por pudor de llamarlo Villa Tranquila, sino por el hecho de determinar geográficamente de dónde hablamos. Entre Vías es un barrio suburbano que comprende desde la intersección de la Avenida Roca y 12 de Octubre hasta a orilla del riachuelo, de sur a norte, y al este limita en las vías del ferrocarril Roca de carga, mientras que al oeste el límite es la misma Av Roca. Su nombre deviene de esos margenes, ya que antiguamente en lo que hoy es una plazoleta había una rama del ferrocarril. Villa Tranquila es un asentamiento de más de 15 mil personas, es de los más antiguos del conurbano bonaerense y está repleto de personas trabajadoras, gente de bien, que intenta ganarse la vida con el esfuerzo del trabajo diario, gente que vive debajo del límite de la pobreza (8 de cada 10 son pobres). Pero parece que porque Google dice que es zona peligrosa, todos los que viven ahí, y los que vivimos en la zona somos peligrosos.
Delito hubo siempre, como en toda gran urbe. Ahora criminalizar a pibes pobres es otra cosa. En el 2000, antes que caiga De la Rúa pasó algo similar. Los vecinos estaban cansados de la delincuencia. Los de Ente Vías y los de Villa Tranquila. Comenzaron a organizarse para pedir más seguridad, como sucede en estos casos. Crearon una red vecinal de ayuda colectiva, iniciaron charlas con comisarios y hasta el mismo intendente Oscar Laborde, incluso entonces las cámaras de TV montaron un show porque los vecinos estaban armados, y espectacularizaron la problemática, igual que sucede ahora. Soluciones obviamente no hubo, porque el problema era de fondo. Era estructural. El país se caía a pedazos y adentro caíamos todos. La única solución que llegaba al respecto era la mano dura. En una reunión en el club Barrio Unido una noche de verano llegó un Jefe de Calle de la Bonaerense. Un hombre con un discurso exaltado que prometía limpiar el barrio si los vecinos lo apoyaban. Alguno tuvo la osadía de preguntar “¿Qué era limpiar?”, con gesto petulante respondió “Limpiar es limpiar. No queda ni uno”. Por supuesto los vecinos allí convocados se opusieron fervientemente a esa postura, acá no había mano dura necesaria. Acá faltaba otra cosa, faltaba laburo y un Estado que contenga. Tiempo más tarde, ese Jefe de Calle sería tristemente célebre. Encontró quién lo apoyara. En este caso fue el aparato político de turno, y trató de limpiar a los piqueteros que cortaban el puente Pueyrredón un 26 de junio del 2002. Ese personaje nefasto era el Comisario Franchiotti, condenado por la represión y el asesinato a Maxi Kostecki y Darío Santillán.
La esquina de Gutiérrez y French, hoy conocida como “La esquina haitiana de Avellaneda”, fue un lugar de encuentro de pibes del barrio. Ahí nunca faltó una pelota para distraer a los chicos. Mientras todos, los que podían, se iban de vacaciones a la playa o las montañas, nosotros pasábamos las tardes de Enero y Febrero peloteando en el portón del taller de los Parisi, ese paredón azul que se vio en Crónica TV, o jugando a la escondida en los árboles. Nunca faltaba alguna vecina entrada en años que se quejara del ruido de nuestros juegos. Hoy en día siguen estando ahí los pibes en alguna bicicleta prestada, o las verdes que regaló el asistencialismo de la Intendencia de Avellaneda que maquilla por arriba de la mugre, pero no ataca el problema de lleno.
La diferenciación entre Entre Vías y Villa Tranquila obedece a una cuestión edilicia. Entre Vías está urbanizado, Villa Tranquila no. Entre Vías tiene acceso a cloacas, agua potable y electricidad; las personas de Villa Tranquila no. La distancia ente Entre Vías y Tranquila es una vereda a lo sumo, incluso Entre Vías contiene parte de Tranquila, y Tranquila contiene parte de Entre Vías. Pero, a pesar de la estrechez, hay un mundo de distancia por esas características. Los vecinos de Villa Tranquila son eternos postergados de un sistema que nunca tuvo reparos en ver que allí la pobreza pega fuerte. Como le dijo Mayra Arena en la presentación de su libro a Felipe Solá “Usted se olvidó de los pobres” y es así, se olvidaron de los pobres, se olvidaron de Villa Tranquila, se olvidaron de los hombres y mujeres que quedaron postergados en los ’90 por el sistema neoliberal que los expulsó al margen definitivamente; se olvidaron de los pibes y pibas que no tenían un vaso de leche o un plato de comidas, que no podían ir al colegio porque tenían que ayudar a su familia, o porque no tenían útiles o simplemente porque a nadie le importó que estudien. Se olvidaron de los jóvenes que al no encontrar la contención en los clubes de barrio, al no tener quién les de una oportunidad de estudios universitarios, de algún laburo, buscaron en la maldita falopa, en el afano, en la vida de la calle como narcotizante de tanta desidia. Y de repente pasa algo, y matan a un policía, o roban a alguien y los culpables de todos los males son los pobres. Los peores asesinos, sin importar si tiene 9, 10 u 11 años. Piden condenas ejemplificadoras. No para quienes le robaron las posibilidades a esos pibes, sino para los pibes mismos. Quieren cárceles, quieren horcas, quieren fusilamientos. No quieren libros, no quieren zapatillas, no quieren ni siquiera que esos pibes tengan una canilla con agua potable para lavarse la cara.
Hubo una vez un presidente que prometió pobreza cero. Pero como dijo Mayra, se volvieron a olvidar de los pobres. Y los medios de comunicación, funcionales a este aparato del olvido de los pobres sólo los saca a la luz cuando suceden estos hechos. Cuando matan a un pobre, cuando el culpable es un pobre, ahí están los medios hegemónicos en los barrios. Pero no sé preguntan antes si comen todos los días, si van a la escuela, si laburan, si viven en un ambiente contaminado. Villa Tranquila colinda con el Riachuelo, y sufre en enfermedades de todo tipo los efectos de la contaminación de las napas, del aire que respiran, de la tierra que pisan.
Lo detestable de la noticia del miércoles 31 de octubre es que el supuesto hecho por el que los policías de civil estaban en el barrio quedó en la nada. Había una denuncia contra un abusador que sigue ahí. Las fuerzas sólo se arrimaron por el barrio a una sola cosa. A hacer razia. A levantar a los pibes que se juntan en la esquina, a verduguear a alguien que viene de laburar pero tiene portación de cara. O sea, a hacer lo que saben, vienen a castigar al pobre. Mientras tanto, la imagen de un nene de once años gira por el mundo haciendo creer que es un asesino en serie. Todo muy normal.