Doscientos metros de murales y recuerdos a militantes sociales asesinados desde las entrañas del Estado. Oprimen el pecho al caminar por la zona fabril del partido sureño. Reflexiones y sentimientos al pasar .Por Diego Ferraro
Está soleado y agradable al cuerpo el sábado 17 de Octubre, en el centro de Avellaneda.”Un día peronista” para aquellos que alinean sus ideas políticas a las doctrinas del General Juan Domingo Perón.Para mis adentros, pienso que el día no tiene mucho de alegre: se cumple un año de la aparición del cuerpo sin vida de Luciano Arruga, enterrado como NN en el cementerio de la Chacarita. Entonces no puedo evitar que se me venga a la cabeza la imagen de su hermana, Vanesa Orieta, incansable luchadora ante cuanta adversidad le plantee la vida, la que luchó por la aparición de su hermano y la que hoy en día sigue luchando por una investigación que no avanza.
En el mismo momento, toco el timbre del colectivo 247 porque bajo en la estación. Y ahí están ellos: de frente a mi la imagen inmortalizada en un mural de Maximiliano Kosteki y Dario Santillán. Los dos militantes asesinados a mansalva aquel 26 de junio de 2002, hoy forman parte de la cartelera que te ubica geográficamente: “Estación Dario y Maxi”. Entonces un recuerdo deja (pero no olvida) por un rato a Luciano Arruga y me remonta 13 años atrás, cuando yo parado a más de 15 cuadras de la estación, tuve que correr a refugiarme, porque la policía Bonaerense perseguía a los militantes que ya habían desconcentrado la zona de la represión. Y rápido, mi memoria cercana me recuerda que hace pocos días uno de los responsables políticos, Felipe Solá, fue escrachado públicamente por militantes del Frente Popular Darío Santillan (entre ellos, el hermano de Darío), los cuales fueron desalojados por la fuerza por los matones del ex gobernador. Pero la noticia para los medios de comunicación fue “la agresión” al candidato del Massismo. Para cerrar el círculo de la vergüenza, Aníbal Fernández se solidarizó con Solá. Cabe recordar que en aquel entonces Fernández era el Jefe de Gabinete del gobierno de Duhalde, y ese trágico día espetó que “los piqueteros se mataron solos”.
Mientras los responsables políticos siguen engrosando listas que juegan a ser opositoras, de Dario y Maxi nos queda el ejemplo de lucha y su nombre en un cartel.
Mascando bronca y con el frío que siempre me produce mirar el hall de la estación donde yacían los cuerpos de los militantes, sigo mi camino por la avenida Hipólito Yrigoyen (ironías del destino, Yrigoyen descabezó sindicatos y organizaciones obreras manchando de sangre la historia). No termino de procesar angustia por tanta injusticia que, ya de frente me encuentro con la cara de Mariano Ferreyra.
Un mural hecho de hipocresía, el año pasado por la misma municipalidad de Avellaneda. Hipocresía porque lo hicieron quienes quieren vaciar de contenido su ideología y vida, quienes quieren sacar un rédito político de su absurda muerte, con un discurso de inclusión y diversidad que no se sostiene con pintadas.No justamente porque la figura de Mariano no lo merezca. Pero de levantar su bandera y su recuerdo se encargan sus amigos, ex compañeros y quienes heredaron su ideología militante. Entonces otra vez los recuerdos empiezan a pesar. Primero una fecha: pienso “puta madre, este martes ya hace 5 años que mataron a Mariano”. Luego, visualizar aquel 20 de octubre de 2010, martes también. Entonces recuerdo pasar con el tren minutos antes de los incidentes, rumbo a mi antiguo trabajo en microcentro. Apenas una hora después tenía que volver por motivos laborales a Avellaneda. Me tome el 17, y en la esquina de Chacabuco y Moreno (no había Metrobus en ese entonces) otro micro de la misma línea se pone a la par. El chofer del colectivo en el que viajaba abre la puerta ante el pedido de su compañero, y se produce el siguiente diálogo:
– che, cuidado cuando llegas a Avellaneda, parece que hay quilombo.
-que pasa?
– que se yo, los piqueteros de mierda estos, parece que a uno le metieron un tiro…
La frase “piqueteros de mierda” siempre me enfurecieron las palabras, pero la lengua me amordaza para no entrar en discusiones públicas. Entonces al terminar las actividades laborales pude “capturar” una computadora en la oficina e inmiscuirme más en el tema.
Los incidentes habían cruzado el puente y habían mudado las agresiones a Barracas, donde la Policía Federal liberó la zona para que la patota de la burocracia sindical ferroviaria que lideraba José Pedraza descargara piedras y balas de plomo sobre los manifestantes. Mariano Ferreyra acompañaba desde hacía tiempo la lucha ferroviaria de los tercerizados; luchaba por algo tan simple y justo como el pase a planta permanente de los trabajadores. Su posición de “seguridad” lo dejó al frente de la columna que se movilizaba, y una bala terminó con su vida en la esquina porteña de Luján y Pedriel. Recuerdo haber asistido a la multitudinaria concentración que horas después se hizo en el centro porteño, en reclamó de justicia y el fin de la impunidad de las patotas sindicales.
Mi cabeza vuelve al presente. Estoy en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Mariano Ferreyra (ex Bosch). En los alrededores veo por donde quiera a los responsables políticos de la muerte de las cuatro personas que tuve en mente en menos de 5 minutos. Veo a Scioli prometiendo más policía, veo a Aníbal Fernández sonreír vaya a saber por qué, a Solá volviendo a la primera plana. Mientras Luciano, Darío, Maxi y Mariano son la bandera de una nueva generación de jóvenes, ellos impunemente siguen libres sin haber siquiera sido interpelados por cuatro asesinatos.
Dario y Maxi hubieran luchado para que un humilde como Luciano tuviera las posibilidades en el mundo que los jóvenes de clase baja no suelen tener. Mariano habría peleado sin dudar para que no sea un explotado de las patronales que juegan con las necesidades de los trabajadores. A los cuatro, un sistema agresivo que no tolera a quien se rebela a las reglas establecidas, les quitó la vida, aunque no la identidad.
Miró alrededor y notó que Avellaneda ya no es tanto la ciudad fabril del “rojo”y “La Academia”, sino un símbolo de las represiones del siglo XXI, con paredes que dicen más que las palabras. Pese a lo justo del recuerdo de Darío y Maxi en el nombre de la estación, o de Mariano en la calle lindera a la misma, Avellaneda no quiere más asesinatos que recordar en estaciones o calles. Como toda ciudad, quiere expresarse libremente y rebelarse a las injusticias. Las imágenes de esos 200 metros me lo recuerdan permanentemente, y me sacan la sonrisa de pensar aquello que “el que murió luchando vive en cada compañero”, porque a ellos ninguna bala los acalló, engrosando aún más el compromiso social y político de la juventud.
Pero no evita pensar en el dolor generado. Por eso, levantar la vista en la entrada al sur del conurbano duele e invita a pensar de cara al futuro cercano, qué políticas queremos para lo que viene. El pasado no miente, y no desconocemos a los candidatos de los partidos mayoritarios. Si se los perpetúa en el poder con la anuencia democrática, ya el pueblo no podrá decir que no merece en el futuro algo que ya vivió en su pasado.
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